domingo, 28 de agosto de 2011

Dolor e Impotencia Ante Una Gran Injusticia...

Miércoles 21 de agosto de 1996, Buenos Aires, República Argentina

CEMENTERIO DE HURLINGHAM

El padre Mario Borgione fue despedido por una multitud
Cerca de 4.000 personas despidieron ayer los restos del padre Mario Eduardo Borgione en el cementerio Parque de Hurlingham. Un rato antes, casi la misma cantidad de gente había asistido a la última misa que se ofreció, en memoria del sacerdote asesinado, en la parroquia Nuestra Señora de Itatí, donde el cura se desempeñaba desde el 5 de marzo de 1994.
En esa parroquia, una construcción sencilla y bastante pequeña, se velaron los restos del padre Mario. Pese a que allí entran, cómodos, solo unos 150 fieles, ayer esa cantidad se multiplicó varias veces. Y cuando ya nadie más cupo dentro de la iglesia, los fieles debieron seguir los oficios religiosos -en total se ofrecieron 12- desde la calle.
En la parroquia solo hubo sufrimiento. Todos lloraban. Cada vez que finalizaba una misa, los sacerdotes abandonaban el altar secándose las lágrimas. Y los padres que subían para oficiar la misa siguiente, se paraban frente a la gente con la cara desencajada.

EL DOLOR DEL PUEBLO

Nada parecía calmar el dolor de la gente. Ni siquiera lo logró el sacerdote colombiano Darío Betancourt, quien dijo durante la misa que ofició en memoria del padre asesinado: "Mario no está muerto; vive. Y si no, que lo digan estos jóvenes a los que él ayudo a salir de las drogas". Un poco antes, Betancourt se había pronunciado por la pena de muerte para el asesino.

Los pañuelos pasaban de mano en mano. Apenas vislumbraban un espacio vacío -generalmente dejado por alguien que se había desmayado por el calor-, los fieles se arrodillaban y comenzaban a orar. "No se lo merecía", repetía desde el piso una mujer mientras acariciaba un crucifijo de madera. A unos pocos metros de ella, una chica de mechones de pelo color lila se preguntaba, sollozando: "Y ahora ¿con quién voy a hablar?".

Los tres ventiladores de techo de la iglesia eran escasos para tanta gente y, por lo tanto, el clima era aún más irrespirable. Continuamente, los fieles intentaban acercarse hasta el féretro. Pero un cordón humano formado por algunos de los chicos que viven en la colonia que dirigía el padre Mario, se los impedía. ¿La razón? Evitar que alguien molestase a los padres del sacerdote, Aurelio Borgione y Celia Pérez.

La parroquia estaba tan repleta que una gran cantidad de gente tuvo que seguir todas las misas a través de las ventanas que dan a un patio. Pero cuando llegó la hora de la última ceremonia, ya no quedaba lugar en ese patio. La gente copó la calle.

El cortejo fúnebre partió de la iglesia a las 15. Durante los casi 5 kilómetros de distancia hasta el cementerio Parque de Hurlingham, el conductor del vehículo que llevaba los restos del padre tuvo que ir esquivando a los fieles, quienes se avalanzaban sobre el coche para apoyar sus manos y besarlo. En total, dijo la Policía, el cortejo tuvo un largo de 25 cuadras.
El sacerdote fue enterrado detrás de la capilla del cementerio. Y poco a poco la gente se fue retirando. La única que se quedó fue la chica de los mechones color lila, quien tres horas después permanecía, llorando, acostada sobre la tumba.

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